top of page

Mi historia, mi ángel

  • Evelin Folgar
  • 1 oct 2018
  • 4 Min. de lectura

Mi primer embarazo transcurría normal. Todavía recuerdo la emoción que sentí al saber que un pequeño ser crecía dentro de mí. Precisamente la semana antes de enterarme un amigo me dijo estás embarazada, esos tus antojos están raros… lo divertido es que su esposa también estaba embarazada, que de tanto hablar de lo que quería le pegué mis antojos.


Como persona curiosa que soy y un “poco” controladora, me suscribí a un boletín electrónico que me iba diciendo semana a semana como iba el embarazo. Estaba siempre muy atenta al boletín, le leía a Jorge como íbamos. Cada mes nuestro ultrasonido, la visita de control con mi doctora. Hasta que una semana nos hicimos el ultrasonido, y nos dijeron que el bebé estaba bajando de peso. Fue una gran alerta para nosotros. Al día siguiente, fuimos a recibir una segunda opinión e igual. Mi doctora ya se notaba un poco preocupada por la situación. Nos mandó con un especialista para otra opinión y unos exámenes más específicos. Para todo eso había pasado todo el día de consultorio en consultorio y de examen en examen.


Al salir del último lugar, llamo a mi doctora y ella me dice Evelin debemos finalizar el embarazo, diríjase al hospital, programaré su cesárea de emergencia para mañana a primera hora.


Escuchar esas palabras fueron como un balde de agua fría, el miedo ingresó y no dio marcha atrás.


Toda mi vida me han enseñado a ser fuerte, pero nada me había preparado para lo que vendría.


Al ingresar al hospital, no estaba sola. Jorge estaba allí siendo ese pilar que mantenía fuerte. En mi caso, no me mencionaron qué estaba pasando, realmente a la fecha no sé si Jorge sabía y no me quería decir para no preocuparme más. Lo único que me dijeron era que el corazón de nuestro bebé estaba débil y debíamos monitorearlo hasta que llegara la hora de la cesárea. Toda la noche pasé con aparato en mi estómago, monitoreando los latidos de su pequeño corazón. No dormí viendo el los números de la pantalla, no podían bajar demasiado. El enfermero que conectó me dijo si baja mucho, tendremos que intervenir el embarazo antes de tiempo.


Moría de miedo, no quería que nada le pasara a mi bebé. Como toca madre, daríamos cualquier cosa por el bienestar de nuestros hijos. Quisiéramos que todo saliera como lo planeado; tristemente, no siempre es así.

Al llegar las 6 de la mañana, puedo decir que estaba feliz que él seguía bien, ya faltaba poco para la cesárea. Al momento de ingresar al quirófano, el miedo regresó a mí. No sabía qué esperar, no sabía nada y eso para mí es lo peor. Jorge estuvo a mi lado en la sala, me imagino los momentos de angustia que él estaba sintiendo, pero debía ser fuerte por mí y yo por él.


Al momento que nació nuestro bebé, se lo llevaron rápidamente apenas y logré volverlo. No entendía que estaba pasando y ya estaba ansiosa. El anestesista lo notó y rápidamente me dijo la voy a dormir para que este más tranquila.


Al despertar, lo primero que hice fue preguntar por mi bebé. Todos me decían que estaba bien, yo sabía que no era así. Si todo hubiera estado bien, me lo hubieran llevado. En eso entra Jorge y nos quedamos a solas, me dice el Jose Gabriel está bien. Insistí en que me dijera la verdad, hasta que me dijo que había nacido con un problema en su corazoncito. Que por el momento no me lo llevaban porque estaban realizando exámenes.


Cuando me lo llevaron, al fin, me levanté a verlo. Era la personita más hermosa que había conocido, una parte de Jorge y mía; todo lo que podía haber imaginado. Le dije, tienes que ser fuerte, verás que vas a estar bien.


Hasta ese momento, pensé que lo sabía todo. Pero Jorge aún tenía una cosa por decirme. Nuestro bebé, mi bebé era más especial de lo que imaginaba. Jose Gabriel nació con Síndrome de Down. No me habían dicho, creo que porque no sabían cómo iba a reaccionar. Desde mi punto vista, el Síndrome de Down era algo maravilloso. Le dije entre todos los padres, nos escogiste a nosotros, me sentía realmente dichosa de poder conocer un amor tan puro como ese.


Los doctores me explicaron que los bebés con Síndrome de Down por lo general poseen problemas en la vista, en el oído, en algunos órganos; y en el caso de Jose Gabriel tenía la peor parte, el corazón. El motor de nuestra vida.

Jose Gabriel era un luchador, me demostró lo fuerte que era, le dieron de alta junto conmigo del hospital; claro, iba a necesitar un cuidado especial, pero todo estaba bien en ese momento. Era necesario seguir tratamiento, que aumentara de peso para estar listo para una operación a corazón abierto para corregir el problema.

Los doctores a los cuales visitamos nos dijeron, prepárense, disfrútenlo el tiempo que lo tiene. Ya nos estaban preparando para lo peor. Incluso uno nos dijo, es probable que vayan a estar mucho tiempo en hospitales y no fue así.


Cada día me sorprendía con algo nuevo, me sentía orgullosa.


Ahora comprendo y le doy la razón a las palabras de mi tía: “El bebé es muy inteligente, hace cosas que un bebé de su edad no haría. Disfrútalo porque él no pertenece a este mundo. Está de paso, amalo y demuéstrale lo feliz que te hace porque para eso vino a esto mundo a cambiar tu vida.” Esas palabras resuenan en mi mente cada vez que pienso en él. Cuánta razón y cuánta negación.


En fin, justo cuando cumplía 40 días, el cumpleaños de Jorge, Jose Gabriel tuvo un ataque al corazón; bueno en realidad fueron 3 ese día. Ese día que mi mundo se derrumbó; ese día que quise morir con él; ese día que en realidad parte de mí se fue con él; ese día que nos unimos más con Jorge; ese día que lloré como nunca lo había hecho; ese día que no pude vestirlo; ese día que siento como si hubiera sido hoy; ese día que descubrí a mis amigos; ese día que no nos dejaron solos; ese día… ese día triste.


Ese día

Comments


Follow

  • Facebook
  • Twitter
  • Pinterest
  • LinkedIn
  • Instagram

©2018 by Érase una vez un Arcoíris. Proudly created with Wix.com

bottom of page